sábado, 19 de julio de 2008

No se despintó las uñas para dormirse

.

No se despintó las uñas para dormirse, no
Y alguien sintió el miedo
de sus sueños deliciosos de sus idas
en otras noches de lunas suaves de caricias;
no se despintó las uñas para dormirse, no
y sus gemidos fueron caricias de sus lenguas
en donde miraba la plateada marea, dijo
Sus pieles se corren como sus telas se corren
y sus párpados se ondulan como sus sábanas la acarician
La mujer que lleva sus piernas desnudas
bajo enaguas de violetas almidonados
suspiró sus días perdidos sus caídas
y dejó que sus tobillos se mojaran con el aire
¿fue una gota de rocío la que le mojó las costillas?
¿Es la noche entonces un velo
o es el viento húmedo que nos lleva como el río?
Atajados de una aguja sedienta
hambrienta de sus mares oscuros
de sus hojas aciculares, de sus piernas raspadas
no me corras el pantalón de mis piernas, había dicho, que no
estoy en tus filos de hojas blancas
porque no seremos dos cuando el río se llene de espuma, porque no
son amaneceres los crepúsculos, son noches las profundidades
luna que aman las mareas de ojos triturados
intercostales estiradas, desgarradas, enrojecidas,



que no



serán las líneas que rompan tu rostro como agujas,
que no

estamos los dos, sino idos en una caída que es corriente

que es cauce turbulento y calmo
que es ardiente, por que no
buscas entre tus huellas si quedó la paja sucia,
si estamos llenos de hollín en los huecos de las sombras
de luces de luna en palabras idas, porque sea
una huella llena de transpiración la que te pise
el pecho nuevo y te comprima la garganta
de uñas larga que clavan en los miedos de la espalda
No me duele, le dijo;
No se despintó las uñas para dormirse, no;
te arrastraron zarzas secas para quemarte viva, puta
dijiste; dijiste puta
dijo que no dijo él que se arremolinaba con los tiempos idos
te arrastraron por la arena bajo los pórticos, dijo sin más ella
que eras nada eras muerte tus ojos claros eran blancos eran povlo
eran nada que de nuevo que se perdía con su muerte
con su noche acobardada, con su vida de estirada en línea de millones de
/tornillos
era la puta la que gritaba no te vayas
no te mueras, perro arrastrado de tus miedos,
no te escondas en las luces que te gritan si he de gritar
Grita pues una vocal extendida y que tu garganta se desdoble como llantos
perdidos en ocasos acaso que de acosos se dicen, buen día señorita
buen día señor ella a él le responde
sus jadeos me molestan por la noche calma que turbulenta sus ansiedades
y muestra un torpe insecto contra el vidrio limpio
deshecho de trizas en astillas de pañuelo
nuevos, de parteras sedientas, de sus manos sucias
donde volaban los pájaros de papel al mediodía sus polvos
a rayo de sol partido que entraba en oblicuidad por la ventana,
y sacabas de tu lengua un ala de membranas rotas,
de negras tus uñas clavadas en su espalda dura, de trémulas tristes de
/ miedos
no, no te despintaste las uñas para dormirte
y cerrarse los ojos como tu boca, un hálito de tu sangre corrió por la
/sábana blanca
y él tocó tus voces con sus silencios que se perdían
y era una espalda ciega sobre sus colchones que temblaba
al tiempo a sus idas si fueran lejos si fueran idas
de sus pieles donde su miedo buscaba darse vuelta con su cara
dormida en sombras y sonriéndole a los sueños
No se despintó las uñas para dormirse, no
y amanecía alba mía de mis noches perdidas
en recuerdos crueles o fatalidades renacidas, pues una línea de olores


que no

eran gotas de rocío ni eran llantos de cocodrilo
que no

eran manos que acariciaban sino huellas de arena,

donde el tiempo volaba sus cálidas sábanas sobre párpados temblando, porque no
era la espuma de las mareas, de la luna
los amantes que dormían
sus sueños que se irían, entre sus manos que quedaban
no se despintó las uñas para dormirse, no.






S.

lunes, 7 de julio de 2008

Tacones apretados sobre la medianera


Subida de piernas de talones empolvados
crecida pechos con pelos y revueltas de olores
de perfumes de seda y saúco con pinos olor a fragancia:
bosque antitabaco, polvos seniles, prados verdes en aerosol
(no afecta la capa de ozono)

Vuela, vuela mariposa

Boca sedienta de aire de libertad de pelucas y tacos que aprietan
de hijos caídos en desgracias de fríos, nenas sin saquito despechugadas
¿nenas era?
bultos llenos de algodón que amenazan tu decencia, muñeca de látex
enprofilactizada de cuero de oveja de orejones llenos de tarros
polvos sin cenizas de cigarrillos manchados de rouge entorpecido

Vuela, vuela maldita sea

Nenes, mi hijito, tienen su esterilidad asegurada por un colon de hilo rojo
un piolín de ladillas que mastican su indecencia, niños,
¿nene te salió?
Maricón ha de ser con esos pelos en el culo y ese arete de plumas de ganso,
pavo te salió el impertérrito imperfecto de piernas flacas, no va a ser
…no va a ser…
…jugador de rugby de cuerpos crecidos amontonados
Tocados de hombres rectos que se escupen y se lamen las piernas
/transpiradas con calzas deportivas

Vuela larva con alas, vuela gusano maquillado

Mujeres pulcras madres de familias filiales de fieles frígidas de fresas embebidas
llenas de crema sus pezones se mordieron del hijo que se destetó a los siete,
terrible trabucos de mamarias amargas con martillos de mermelada,
peligrosos,
tus arrugas se venden en paquetes de celofán y fumar es perjudicial para su salud
(ley veintitrés mil trescientos cuarenta y cuatro)

Vuela nocturna de alas de colores, vuela con el viento de verano

Somos la generación que se drogó y les pegó mal, dicen los gusanitos afrancesados
somos los enanos que no dejaron crecer su barba, gritan los fascistas,
los que no entraron al circo
somos el centro que usa guantes de goma para lavar los platos, dicen los tíos
y las tías se refriegan de su nueva soltería con un vibrador a triple pila doble a
(una vocal más y se pudre todo)

Somos la travesía de tristísimos trincados de trinches de asados con cuero de tapa de nalga
(nacional y popular carajo)


Vuela por lo que más quieras, tus antenas, te lo ruego, mariposa

Malecón cubano de erres patinadas, vereda tropical,
el aire lleno de quietud y ese perfume de humedad.
Tus miedos tus espejos se dejan jadear por tus ojos quejosos de gemidos ocultos
¿no has visto que usan muertos en los escaparates y les ponen camisas?
Vuela pues y olvida las palabras, las voces corroídas por el hollín
Y cae en una pátina de oscuro carmesí tus labios, tus ojos, tus costillas entregadas
Y desgarra tu piel con las sangre de tu estupor
Y recuerda morderte desnuda y hiede tu inocencia transpirada, reseca,
en algún ocaso de televisión con lluvia.


(La mariposa no voló…

…y aplastó a nuestro hijo
)
S.

domingo, 22 de junio de 2008

Avenido

- El avenido es un viento que llega como el zonda desde el oeste. Se produce entre la tierra por un flujo horizontal gracias al gradiente de temperaturas sin inversión térmica propios de suelos arenosos y pies fríos y arrastra en una turbulencia ascendente los deseos y las hojas de tiempo, deshace los límites de un momento y lleva al éxtasis los cuerpos que jadean y desnuda a las señoritas y a los muchachitos los entorpece. Llega en confluencia con el ángulo de crepúsculo lunar y en advección con las orografías irregulares del momento, se deshace en una lluvia no tormentosa que socava las maderas, los tornillos, las vigas y deja en un médano de escombros las intenciones, las noches, las velas, los amores y los cuerpos.
. Es más frecuente durante los solsticios (Junio y Diciembre), aunque se han registrado casos en los meses intermedios, como Febrero o Septiembre.

S.


.

viernes, 13 de junio de 2008

Voces


En la furia de su furia
si hacemos de sí, de nuestras
pieles de soles viejos
hojas de ramas suaves
hallaremos el viento entre las cañas
será un ojo de piel rugosa, una mirada de madera
será una lluvia de polen reseco
una nuez partida con hongos.
Sería el destino, dijimos,
sería el tiempo olvidado, el tiempo mentido
sería el nacimiento si no, dijimos luego
de nuestras perplejidades, de alguna salvación
que se volvió palabra, que se volvió caricia
que se volvió a una mano de tela
donde el hilo de savia de baba despliega
donde el cuerpo de sal rechaza, retrasa,
las hileras de bocas de labios de baños
enteros de raíces oscuras, ramas frías
en el ahogo de los cuerpos, de las niñas
desnudas de sus risas que quisieron ser cuchillos
y sus dientes blancos de sangre nueva
y su mordiscos de sueños de abusos
de tejidos de manteles de lino cuadriculados
partidos
caídos y pellizcados
por la punta húmeda de los pastos de rocío.

Vamos a darnos el gusto
de bailar sin voces
casi sin querer.

Será el cuerpo dibujado y entregado
luces y sombras en la línea polar de dos ojos
el ojo
del muro de bloques de tierra y raíces
del paredón de guano de la oreja de la mujer delante de la laguna
del sueño de gusanos vaciando una manzana
del escalofrío negado entre las piernas de su momento de olvido,
somos de la marea
la espuma

Vamos a sacar las partes
de los dientes que muerden piernas
casi sin mirar


Dame un pedacito de tu cama
dame el lugar donde se enredan tus pelos
donde los colores se mezclan con tu piel
prometámonos los restos de nuestros cuerpos
mutilados
seremos el viento y la distancia luego
el tiempo después, el ojo de leña de leño


Vamos a librar las almas los gritos, los gemidos
de la noche mestiza de luna
casi sin hablar


Una noche desdeñada, una vela encendida
una línea de cera una mancha de seda
de un pecho agudo una vista abierta
campos de lino de sueños que se sueñan dormidos
noches de desnudeces, pues, de morder las piernas
desnudez destruida y vuelta a hacer
como los muros de tierra, de panes de agua
del profundo sumergirse de la boca de un pescado
S.

viernes, 30 de mayo de 2008

Al oído

dos cuerpos callados de bocas
tapadas talladas con pasto seco
desahogo y deshaceres en la punta de dedos
en las voces que acarician
en la talla de un pecho
punta dura de pico duro
no miran y callan y dicen del frío
las paredes de ladrillos, del techo
de un triángulo una ventana redonda
vidrio oscuro y reflejo quebrado
apagado en la opaca marea de botella
perdida negra de madera vieja
tablas rasqueteadas, barnizadas de polvo
una caída, un desliz lijado
en el crujir de los vasos vacíos,
en el ardor de los ojos abiertos,
la palma amplia y los cuerpos hedientos
de sangre transpirada de calores recordados

¿fuimos desnudos en nuestras yemas?
nos separaba el metro pelado
nos unía el hueco destemplado
el filo brillante de palabras heladas
que juntaron hollín en la campana

¿jugamos a las bocas frenéticas?
donde el bordado voluptuoso de un cable
de cobre de alambre,
la parodia
del momento
de la perplejidad
del nosotros caídos en ardor
del nuestro exaltante en un olvido

el placer de un susurro borroneado

S.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Vitraux


Promesas

La mujercita miraba de arriba abajo lo que parecía ser un cadáver y repetía en vos alta una frase acerca de que ella no había querido hacerlo y de que el partido de Boca era importante pero no tanto como para que hiciera algo así, después agregaba que era cierto, que era verdad que había sido ella quien le había clavado el puñal y por si las dudas puesto cianuro en el chorizo que le había preparado engañándolo, prometiéndole que iban a ver el partido de Boca juntos y que ella se iba a poner la camiseta para gritar el gol a dos voces y secretar saliva blanca como un perro de la felicidad.

O Dolores

La mujercita se pasaba por las carnes del susodicho y respiraba entrecortada largando de a poco las palabras.
P

martes, 27 de mayo de 2008

Sonaja


Entra la niña corriendo por el pasillo
blanco y azul,
de botitas de caña corta
y larga pollera de terciopelo verde,
gastada,
corre con la blusa abierta,
el pelo hecho todo un nudo,
las lágrimas,
el rimel negro,
la boca borroneada.
Sube la escalera.
La madre espera con otro hombre,
en ese lugar de la casa vieja,
con el vestido y la luz naranja,
con la flor en el pelo,
el abanico en la mano.

La niña llega a los pies de la madre.
La madre con otro hombre.
¿Dónde está el padre?
pregunta la niña,
la madre,
que cerca de la ventanita,
de pulmón de manzana,
respira con la boca abierta,
no habla.

La niña levanta
el mantel de la mesa,
tira copas y platos,
busca dentro de cajones y armarios,
lo pide y lo quiere y lo encuentra
dentro de una canasta…
el saco, la corbata y el sombrero,
la niña lo abraza,
la madre le pega,
la niña lo abraza,
la madre llora,
el otro hombre se sienta
con la mano en la frente,
el seño fruncido y las ganas
de la casa,
el moisés sobre la mesa
mientras mamá corta zanahoria
y papá suena el sonajero. P

lunes, 26 de mayo de 2008

Imaginación y unidad


Hay algo de lo que habla Merlau Ponty que no me animo a desarrollar con tanta seguridad, pero que se trata del tiempo, más bien de la unidad que alcanzamos al percibir.
El concepto que utiliza es el llamado horizonte de expectativas. Esto tiene que ver con un antes y un después, no con la memoria intelectual.
Habla de que el presente del sujeto contiene en sí mismo un pasado retenido, es decir que ese pasado es todavía parte del presente de modo corporal y no como un recuerdo al cual se rememora intelectualmente. Por otra parte el presente contiene también el futuro como protensión, es decir como una expectativa que es también corporal y que es parte de ese presente de modo no intelectual.
El horizonte de expectativas, que se da tanto en lo temporal como en lo espacial, sería entonces, el que nos permite tener una unidad como sujetos y por tanto, darle una unidad al objeto que percibimos, es decir, darle unidad a la realidad.
Lo más interesante es que como el presente no depende de la memoria y de las experiencias pasadas rememoradas, todo presente tiene algo de original, de singular, lo que habilita a la imaginación y así a la creación.
P

Protensión

Será entonces, dicen, en un conventillo llamado Orestes.
Las puertas, los adoquines, la mezcla de culturas e idiomas.
No me imagino otro barro más rocoso después de 1810.
Cerdos urbanos que comen y beben...¡animensé!.
Los desafío a pasar palamas y dedos sobre estas superficies.
P

Girondo


No eres más que una vaca con un millón de ubres maternales... sin recordar, perdona, que enarbolas, entre el lírico arranque de tus cuernos, un gran nido de hornero.
P

Rimbaud







... ¡no nací para convertirme en esqueleto! Él era casi un niño. Voy a donde va, es necesario; y a menudo se encoleriza conmigo. No es un hombre, sabéis... es un demonio...
P

martes, 20 de mayo de 2008

Autoayuda III (última)

Tocar con la punta de los dedos sin que el peso se apoye, suspendida la mano, inflados los antebrazos como dos pelotas, y las puntas de los dedos, las yemas, rozando apenas los pelitos de la felpa, hasta que uno, entre directo por un poro, hasta adentro de todo, toque alguna de las membranas y penetre mi cerebro con una hoja tan fina que no sienta dolor, no se sienta más que el frío de la hoja al pasar, y la cabeza que quedó partida en dos, un pedazo arriba del otro, y el viento que sopla es un soplido entre las pestañas y los ojos que intentan mantenerse abiertos. Dilatar mi propia pupila cuando mi mano se apoya en la mesa, al fin, el peso en la palma y en la carne gorda de las falanges, tres pequeñas prominencias por cada dedo, menos el pulgar, que se apoya en el tendón sobresalido de la palma. Pegar la mano a la madera laminada, barnizada hace ya casi un lustro, cinco años desde que pequeñas termitas comenzaron a tragarla y dejaron esta superficie dispar y suave. Despegar la mano de la madera, separando un gajo de mi pellejo en la palma, casi desde la muñeca, donde laten venas y arterias, y la sangre bombeada llega hasta las uñas y hasta el corazón.
Surcos pequeños que rodean un punto justo en el centro, una elipsis abierta y deformada mientras se alarga para abajo, el punto justo en donde la yema toca cualquier otra cosa, otra piel, por ejemplo, y raspo para abajo, con tan poca fuerza que alguna pequeña montanita dura interrumpe la huella digital y queda de vuelta suspendida en el aire, aire suave que parece una tela, aire frío, un hilo fino, una lámina desprendida, una baba del diablo helada que reposa y envuelve mi dedo, la muñeca y el codo. Alisar la piel y desgarrar una finísima línea que avanza hasta que la gota roja de sangre caiga a un costado de mi brazo y deje su marca, reseca y dura como un caparazón diminuto.
Una alfombra manchada de rojo, una leve capa de mi sangre separada entre rulos blandos de lana y las patas de la última hormiga, perdida del hormiguero, reina de casi siete millones de huevos de hormiga debajo de un grano de arena, las patas finas de la hormiga que cala la cáscara ajada de sangre, se desespera y grita y el dedo gordo del pié presiona, aplastando los rulos de la alfombra y llegando hasta la base dura, y la débil osamenta de la hormiga se quiebra y pincha la punta del pie lleno de sangre y ajusta en el centro una tenaza filosa que parte los surcos blandos de la pie y perfora hasta la uña encarnada.
Apoyar la cabeza en un corte tirante de tiento entre dos hierritos curvos y dejar que la nuca deforme el tiento hasta darle un aspecto grotesco, cerrar mis dos ojos, dejar que el aire entre por debajo de la remera, que separe el hilo de la panza y el pecho, y se vuelva a apoyar como una pequeña ola. Un mundo de miniatura debajo de una frazada que subo hasta mi cuello, una frazada que pica en los brazos y en la cara, un pequeño mundo adentro, un millón de puntitos que se apoyan en mi piel y saltan, por todos lados, protegidos del frío, lejos del agua de atrás del vidrio, tapados como si nada más importara.
No hacer más que saltar, un salto punzante que pincha en el pecho, debajo de las costillas, en los brazos, en la axila y en todo el cuello y la quijada, picotear como pollitos recién nacidos, como hombrecitos que saltan en un solo pie, como pescados que intentan romper la red que los atrapa. Golpear y golpear con el frente de la cara hasta que la boca se parta en dos y los ojos se hundan hasta en el fondo de la vejiga natatoria. Sacar desde adentro la poca espuma de felpa tragada entre corrientes superpuestas varios metros debajo del agua, tirada en un anzuelo fosforescente y desprendido de la línea, una mueca aburrida y un círculo perfecto que se abre y se cierra.
Si una miga de pan mojada puede deshacerse, puede partirse infinitamente y sacar algo al menos de la cuarta parte suya, mi propio caparazón oxidado y una miga de desasosiego casi moral, puedo esforzarme por dejar de pensar que esta frazada pica hasta el fondo de los huesos.
Saltar hasta que se venga todo abajo, el agua tape la ciudad y seamos peces libres, seamos agua que circula por entre las escamas humedecidas, seamos una pequeñísima burbuja que se mete por las agallas que se separan, y la boca abierta y redonda, los ojos que ya no parpadean y el agua que nos desgasta, nos reduce sin parar, hasta transformarnos en un pequeño cornalito de colores, de vuelta un caramelo empaquetado sin abrir, un círculo sólido y dos colitas de celofán apoyadas en el mar reseco, en el salitre, en la lontananza blanca y sin sentido que se desmorona en un punto profundo, varios metros abajo y cubierto de sal, el caramelo de jengibre, hasta que de nuevo unos dedos, unas garras, pezuñas o lo que sea, surcos cualesquiera de huella digital, propia, manos no prensiles, al menos unos dientes incisivos separen las colas y giren el envoltorio salado, se despegue una abertura de papel y el caramelo se refleje azulado bajo la luz nueva del sol, la luz caliente que le derrite una gota nueva que cae y revienta en cuarenta pedacitos sobre la sal apilada pocos centímetros abajo.

S.

viernes, 16 de mayo de 2008

En el conventillo


Unos pasos arriba, las escaleras, la puerta de madera vencida, el buzón oxidado de bronce y una cerradura podrida; el patio diminuto de pulmón viejo de manzana, las baldosas cuadradas, negras y blancas, las paredes rugosas manchadas y las ventanas diminutas de los baños hacia dentro.... adentro; la noche nueva de la tarde y el vacío silencioso que espera a cinco caídos del mundo, ¿dónde andarán sus caras?, ¿cuáles serán sus risas?, ¿sus gritos?...

jueves, 15 de mayo de 2008

Autoayuda II

Profundo un vacío alargado que se extiende entre el estrecho pasillo oblicuo y una puerta pesada. Un eco repetido superpuesto a la caída visible de un rectángulo de madera, y el cuerpo mismo descansando en el piso, callado como un espacio de nada entre montículos oscuros y cuatro paredes blancas. Cinco metros a lo sumo, nada más. Arriba, el techo quieto y un ventilador apagado, las paletas inmóviles y cuatro pares de tornillos que la sostienen y proyectan apenas una sombra. En el centro del ventilador, un cable verde, un cable negro y otro rojo, trenzados, sostienen una bombita de luz transparente y apagada. Se suspende en el aire que la separa del piso.
Hola, digo una vez y vuelve siete veces, siete veces en medio segundo, hola, digo de nuevo, hola, siete veces en cinco metros y después el silencio, después nada. Un resoplido desde la nariz, una exhalación, el aire que se libera casi todo en un instante y en un tiempo subsiguiente se larga el resto, un segundo alargado que susurra hasta que enmudece, la inhalación, seis segundos de demora y de nuevo la nariz que exhala. Dónde queda el punto exacto que rebotan mis palabras, la pared pintada, la esquina cerrada, allá en un ángulo agudo, las marcas del piso y la puerta con picaporte dorado, la cerradura vacía y negra, un silbido que se escapa y pide ayuda. Al menos una sombra se proyecta con mi forma y al menos un círculo oscuro se balancea cuando muevo mí cabeza.
Qué puede protestar el mosquito que deambula, un punto negro con alas, un zumbido que de a poco crece, un pico largo que se para ente lo pelos cortos del antebrazo, tres, cuatro pasos, las piernas se apoyan y casi se escucha cuando perfora la piel y me succiona. Una sacudida de la otra mano, un ruido seco y el mosquito levanta vuelo y se pierde en el pasillo. Como idiota yo, me encierran las puntas altas donde convergen pared, pared y techo, o piso, hola, digo otra vez y vuelven de nuevo los siete holas, vuelven los cinco metros cortos, la pared con ventana, el pasillo, nada, un eco, y después el silencio, hola, le pido a la pared que se deshaga, que deje correr la pequeña vibración de las cuatro letras después de la hache, que se cansen hasta deshacerse, hasta dejar los puntos que la escribieron como granos de arena que nada más escuchan al mar, las olas que rompen y la espuma.
El mosquito en el piso, al lado del rectángulo de madera, el mosquito sube al rectángulo e intenta clavar su pico, un pie mío que se levanta y proyecta su sombra, que patea la madera y la hace dar tres vueltas mientras el mosquito se aleja, mientras el mosquito vuela y se escapa por la cerradura, ya no digo hola, grito, en cambio, grito una mezcla entra la o y la a, y vuelve como una campana, rebota en mi cabeza y la ventana tiembla, el vidrio golpea repetidamente contra el marco de hierro pintado y vuelvo a gritar, y la o rebota y la a se escapa como el mosquito, filosa que deshace la cerradura y abre la puerta y entra el aire, aire fresco de mar, aire que deshace las paredes, las transforma en ventanas, vidrio, y después nada, hola y se aleja el hola en el aire y no vuelve. Una palabra nueva, una palabra hasta entonces desconocida, y otra palabra nueva, se mezclan los intervalos de segundos silenciosos, el mar que acompaña, las vocales desde adentro del aire, el agua, las consonantes flamean clavadas en un punto seguido, en una pausa, una coma, un aire inhalado y después dejan pasar el sonido de la palabra que ya no queda seco, un hola que ahora deja chorrear algunas gotas de agua de su hache, su o su ele y su a, deja y pasa al ras del mar, saltando, mientras gira con otros sonidos, el ruido de espuma que avanza por la arena de la costa hasta que no puede más, se toma un segundo para dejar su silencio, y después vuelve con el mismo ruido. El ruido de gaviotas que no llegan a verse, el constante cotorreo de varios picos que cada tanto callan un momento, se hacen más visibles, y vuelven a perderse en su sonido. Las palabras, cortas, apretadas en cuatro o cinco letras, el espacio en el medio y un silencio que las nombra de vez en cuando, cuando dejan de volar y descansan, cuando quizás sea que están haciendo la plancha, el agua de mar, el agua salada ayuda. Palabras que descansan y se tiran, se relajan, palabras lejos de la tierra, palabras cortas y desapuradas, palabras sin punto, desestresadas, el aire y el agua apenas que salpica.
Palabras cortas y filosas, caen en punta, palabras que rebotan todas en las paredes blancas, la ventana quieta y callada, palabras que llueven dentro, la letra a que vuelve desde la cerradura y queda nada, un agujero negro y el reborde de bronce, los sonidos que caen y rebotan, un solo sonido que se arma, que se forma por el eco, por el ruido que rebota en las paredes y en el vidrio, una mezcla de todas las vocales, las consonantes y el rectángulo de madera que intenta aislarse quieto en sí mismo.
Silencio después de un rato, la puerta y la ventana, el piso de madera y yo, y el silencio, casi circular. Qué se puede decir, todo quedó dicho, ni mi nombre puedo escribir, no queda nada más más que callar, dejarle al silencio un rato, al rectángulo de madera que hable con su mudez, que la puerta se quede quieta y deje a la ventana, la luz que pasa, el hierro de los marcos y el piso y el rectángulo, y después yo, callado, un resoplido desde la nariz, una exhalación, el aire que se libera casi todo en un instante y en un tiempo subsiguiente se larga el resto, un segundo alargado que susurra hasta que enmudece, la inhalación, seis segundos de demora y de nuevo la nariz que exhala, cada vez más apagada y tranquila, recostada en el silencio y con punto de apoyo en el rectángulo, y nada más, al menos por un rato, un tiempo sin sonido.

S.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Autoayuda I


Caramelo de durazno, pera, mora; un poco de glucosa en el paladar y quince gramos de azúcar en la campanilla, desde ya con tranquilidad, agarrando ambas puntas del envoltorio, tirando hacia los costados, despacio, la vuelta que el caramelo hace a la vez que se va alisando el papel, desde adentro el color de la piel, reflejando la luz justo en la curva, hasta que el envoltorio queda liso, apoyado en la mesa, y el caramelo está sólo, estable, casi perfecto, qué más hay que saber, más que comer un caramelo. Tanto tiempo perdido en discusiones, algún revés altísimo que explique, que cierre de una buena vez el camino, largo ya, que desde algún tiempo emprendimos.
En una vuelta a la vida, la palabra de alguien que no sabe cuál es la duodécima parte de su propio caparazón, acaso, en sus propios pies ve que no sigue, ya, hacia ningún lado, no puede siquiera echarse atrás que la arena ya le llega al cuello, y el caramelo lo espera, porque no hay más verdad que en aquello que alguna palabra puede sólo designar, nombrar, apenas sugerir, dejando todo en sí mismo, un bruto óvalo al propio dulce, con la inocencia de un pequeño, su transparencia, su libertad, y no, como suelen equivocarse, alguien que cobre regalías, sino una propia degustación que muere entre las glándulas salivales, deshaciéndose nomás en la lengua, en el paladar, hasta que quede un último pedacito, una pequeña partícula, indivisible, el último rastro antes de la nada, como un último suspiro, el último aliento de materialidad, con la paz que le brinda una boca que mantiene el gusto, mantiene, en un recuerdo que no se inserta en la memoria, sino en la boca, ávido de alguna repetición, un eterno retorno al gusto, la vuelta, la boca independiente de cualquier otra cosa, ni el cerebro que la preceda, entonces, un micromundo con su propio tiempo, latente, a la espera del próximo, sea cual sea su gusto o su forma.
Caramelos de todo tipo, algunos, cuando los partís, iguales que afuera, otros, todo lo contrario, con chocolate, o cualquier otra cosa otra cosa. Nos queda, entonces, elegir, desde que nos sujetamos al tiempo, con un relojito afuera, un caramelo de anís, estresante, y a la larga no es más que sentir el azúcar, la alegría, esa inocencia infantil. Desde los frutales, los blandos, caramelos de dos colores, duro, nomás, por el frío ambiental, porque técnicamente, o sea, nominalmente, se define como un caramelo blando, de Tutti Fruti y ananá, Rothko, comprimiendo en azúcar al tiempo, o uno de chocolate amargo, por fuera, café por dentro, formalmente agradable, casi es necesario un traje para disfrutar su discreto placer, Man Ray recubierto de elegancia, de madurez, casi snobismo; cuando un Kubric, sabroso de naranja y durazno, colorido, como barato, pero de una acidez profunda, una lágrima al sentirlo, cierta melancolía de un caramelo ácido, sabor a naranja y durazno, o manzana y frutilla, un caramelo extraño con gusto a Berenjena picada en aceite y sal, cuando ya se fabrican otros con gusto a bife de lomo.
Desde las formas más simples a las más complejas un ejemplo, una costumbre, una conducta repetida e ideal, a centímetros de cualquier mano curiosa, subestimados desde hace rato, los caramelos son todo cuanto debemos saber.
Descuida, con el dejo de la alegría de un caramelo, disolviéndote en el tiempo, en un ambiente que te prueba, dejando tu gusto para veces posteriores, la vuelta de algún yo tuyo próximo, recuerdo o resurrección, quizás, de un alma no tan pasajera, no tan injuriosa, no tan trágica, una sonrisa expirada por la niebla y demás, tiempo roto, inhóspito planeta de las ánimas, en cuántos siglos veremos que no queda más que dejarse saborear, un profundo quejido ahogado, tal vez, y nada más, una melancolía gustosa, caramelo de licor de café, una alegría en la juventud y otra en la vejez, caramelo blando y aún más blando, una solemnidad crédula, previa a la razón, caramelo ácido de fruta, la razón con gusto a chocolate, y al final, en un último tiempo, con el cuerpo devastado, los dientes a la miseria, dejando el envoltorio a un lado, una última sonrisa, caramelo de leche.


S.

martes, 6 de mayo de 2008

Constancia Constantina

L

Y la tele llora


En el bacanal, los cerdos


Un cuchillo



¡¡¡Basta de poesía!!!
Es que hoy no quiero bailar…
Quiero contar una historia…
La de Osira…

Imágenes,
como un recorte,
¡Eso son ustedes, poetas!

Osira, Osira, Osira.

¡Un víctima!

Osira es una cicatriz con cola,
nacida del más duro sufrimiento,
abandonada como un triste
tatuaje en el fondo de un cuerpo.

P

La Espera I


Nada de lo que veían en la tele tenía que ver con el tipo de bufanda que estaban tejiendo con las agujas gordas de madera de algarrobo. Prendían y apagaban el aparato, se comían las uñas de tanto en tanto, y como por arte de magia entrelazaban las puntadas de lana negra en el tejido que ambos contribuían a terminar. Por un lado estaba Tato, con esos bigotes de cola de elefante, el sombrero belga algo manchado de café, y unas hojotas hwaianas adquiridas en un local de moda bárbaro de la calle Santa Fe. Por otro lado, a veces dormido, a veces escarbando la nariz con entusiasmo, estaba Peluca, con ese casco de rulos blancos que revivían los setenta, un short de tenis muy limpio y planchado, una remera a rayas, y un par de zapatillas sport que le hacía juego con la muñequera de toalla.
Cada vez que Peluca se escarbaba la nariz, Tato se miraba en un espejo de mano que guardaba en el bolsillo de su camisa. Peluca convertía en albóndiga su moco, lo rebosaba con un poco de tierra y lo metía en un frasco con tapa a rosca que decía Penélope, en honor al personaje mítico que admiraba, y susurraba una frase dedicada a la doncella que decía algo así como “Hasta que vuelvas amor mío”.
Así pasaban sus días, tejían de un lado Tato y del otro Peluca y la bufanda se iba acumulando en el medio de los dos dando forma a una montaña de lana negra que en la punta tenía un nido. En el nido, y casi igual que la canción del balde, estaba Caramelo, un pajarillo de pocas plumas y con las alas siempre extendidas que no cantaba. A veces se le daba por defecar la cabeza de Tato o la de Peluca dependiendo del humor y de la fecha. El pajarillo, que era de color escarlata sostenía en la punta de ambas alas, siempre extendidas, a Tatín y a Peluquín, dos ejemplares en miniatura de Tato y Peluca, que más allá de ser físicamente iguales a los segundos, nada tenían en común y hablaban con ellos casi tanto como los fantasmas con los mortales. Tatín cantaba el himno nacional por la mañana y Pelquín lo alentaba como si fuera un partido de fútbol.
Peluquín preguntó: ¿Es la hora?
Tatín dijo: Más adelante.
Peluquín preguntó: ¿Por qué?
Tatín dijo: Un banco no se roba en una semana, merece siglos de meditación.
Peluquín preguntó: ¿Vamos a robar un banco?
Tatín dijo: Ninguno.
Peluquín preguntó: ¿Entonces?
Tatín dijo: Vamos a hacer algo peor.
Peluquín preguntó: ¿Matar a Caramelo?
Tatín dijo: Entre otras cosas.
Peluquín preguntó: ¿Matar a Tato?
Tatín dijo: Entre otras cosas.
Peluquín preguntó: ¿Matar a Peluca?
Tatín dijo: Entre otras cosas.
Peluquín preguntó: ...
Tatín dijo: No preguntes más.
P

La eutanasia de Bacon (el pintor)


Palmir: "¡Todos comen panceta!"
Osira: "No necesito de la panceta, puedo sola. Mejor dicho, puedo de a dos o de a tres o de a cinco"
Palmir: "Es arte de locos come panceta"
Osira: "No quiero terminar calabera"
Palmir: ¿No vas a comer panceta?
Osira: No, pobre Bacon, lee la historia... (llora)
P



lunes, 5 de mayo de 2008

El viajante


Te soñé. Transitabas un espacio sin nombre. Partías hacia una lejanía perdida en horizontes, llevando a cuestas un equipaje. Perplejo se veía tu semblante, ya entonces estropeado.
Insólito acontecer en mi conciencia.

Irrumpí en tu paso acelerado. Intentando retenerte surgieron palabras desconocidas, repetíanse cual si fueran estrofas de un discurso indescifrable. Alcancé a divisar tu rostro desencajado.
En un momento después, pude contener tu cuerpo. Fue cuando las imagenes comenzaron a diluirse. Como pinturas se mezclaron en un remolino gris que se detuvo.

A

Elefantes en tela de araña




Había tres cabras sobre el barandal, este era los suficientemente ancho como para que no cayeran. Se movían como en un subibaja tomadas de los dedos. Los ojos se le agrandaban con la pendiente y disminuía su temor al acercarse entre dos a los fondos.

Desde el oscuro real de una cama que navega, se objetiva nuestra condición, trozos de la tierra, cuerpitos blandos que de nada escapan, que mutan, que rumian.

Ese cacho de cordón umbilical que se corta al nacer, ese olor de fiesta y feria, no da miedo en el principio de un cuento o en el gritar de figuras llenas de colores, pero sí aparece en la cama que navega, objetiva, en la noche de un día tan concreto.

A las cabras les pasó que vino para sumarse un cerdo y todos mutaron para ser más parecidos, entonces, cuando vino la quinta, ya no se sabía si era cabra o cerdo.

Y era una canción que ante el miedo y la gracia empezaron a cantar, era una canción infantil como sus dedos, y decía que un elefante se balanceaba, ridículo, sobre la tela de una araña, pero en cuanto fueron siendo más, la tela ya no se rompería, y lo ridículo cedió al balanceo y la música empezó a sonar en las campanas, tal vez, de una torre enorme.

Desde el oscuro fondo de una cama que navega a la mitad de la noche, como noche singular y objetiva de la vida de una persona, también se dan las campanadas, y resuenan, lejos, estremeciendo lo que antes no hizo bailar.


P

miércoles, 30 de abril de 2008

Tal y yo

tal vez una frase en punto
tal vez el silencio se aproxime
el frío de un soplido
o crujan tus voces arenosas
sea tu cuenca negra de río,
digo digo digo digo
no es un devenir de la consciencia
donde ella estaciona su auto oxidado
ella, que se acuesta con cualquiera,
que con su misma madre huye del mundo,
mojan el colchón y secan sus manos,
sus líneas profanadas de tiempo,
sus palmas de pecado, palmas
de mar de cocos de cielos
de cartón, de banderines azules
cuerdas blancas y plateadas, broches
de banderines rojos y violetas

digo de decir que digo esta mi piel
esta mi sangre helada, gusto a esencia
de azúcar, de vainilla la muy jodida.


de azucenas que manosean su tocados
de los huesos curiosos de sueños
de rumbos
de ciegos…
de asambleas dehiscentes
suturales, hilvanantes de poros
de pieles resecas de soles de arena
de tierra sin pasto
de hileras de trenzas
delantal
delantal y pelo
digo digo
digo
de decir que diga
que si callo la muerte
que si silencio no gruño
sentencio con mi callido

y digo que miento
que pienso que creo
que siento que extraño
que creo que pienso
una cumbia arrabalera
un tango agazapado

no es un devenir de la conciencia
es un decir de esta burla
de estas manos que descuelgan
de su almas de los tenders
de los hilos en la terraza
descuelgan almas mojadas
almas secas de sol y de sueños
descuelgan dobleces del cielo blanco
del cielo gastado de cartón
descuelgan pelucas y pelos
de mujeres y de hombres
de porongas y de seda

no es un devenir de la conciencia
no se le siguen los granos
no caen por el tubo de vidrio
digo digo es un decir
una muerte de una rata
de silencio prematuro
un párpado viejo y una tuerca vencida
una peluca y una pestaña,
no les quedan segundos, no
les queda aire
frases desechas y frases mordidas
fibras que se hilvanan como sí,

como lino

como lino

digo digo
escribo sin decir
hablo sin la boca porque ella

ella en fin

es sólo un regalo prometido

una promesa y al fin
un alma borracha
pedestre de sus latidos
de sus porfías

de su piel sin su boca
de sus ojos sin su aroma
de sus uñas sin la marca
del tiempo abrupto
del abismo del presente
de una nuez…
y yo-



S

jueves, 24 de abril de 2008

El diablo me anda buscando

Una gota de reflejo rueda en la porosidad de sus cachetes, de sus ojos abiertos y hacia arriba las hoces rojas de venas y arterias escondidas, de sus oscuros párpados un silencio prolongado. ¿Llora? No existe en su piel el mínimo motivo, no existe en su olor más que restos de una mandarina hace unos minutos y toneladas de perfume, no existen en sus manos secas los rastros de transpiración, no queda en su garganta más que un collar brillando por la lamparita del baño. ¿A qué estamos jugando? ¿Sigue siendo divertido? Cuánto tiempo ya, cuánto, es que el placer se vincula a un sueño, la voz a un ronquido y el tiempo a una botellita de coca cola.

Estás muy linda. Gracias. Cómo andan tus cosas. Bien. Me alegro. Sonrío. Escucho. Río de nuevo. No grito. No como. Escucho. Escupo. No miran. Transpiro. Miento. Abro la boca. No bostezo. Gruño. La garganta. Mi saliva. El diablo. Ohhh. Se horrorizan. No entiendo. El diablo. Las astas de un cabrito. Los haces de una magdalena. Las conchas en la arena. Me paro. Rodillas negras. Vestido manchado Escupo y escupo y escucho y grito. Miran al piso. Al piso. Una bandeja con platitos. Queso en cubos. Un vaso negro. Cerveza y vino y gaseosa. Humo. De cigarrillo nada más. El diablo. El cuello. Limpio. Los aritos nuevos. El diablo. El pecho. Afuera. Todos afuera. Desnudez. Hermosura. Olvido.

Y en su mano que tiembla, en el centro, como una flor, la gota pesada de su ahogo. En el aire una espera ansiosa del viento. ¿Dónde estará mi piel, ay ay sí dónde estará?, ¿dónde estará la gente? La pared fue blanca alguna vez. Ni el techo ni el cielo se cayeron aún sobre nuestras cabezas.

El silencio no quiere decirme nada. La calle me quedó ajena. Las bocas, las extraño.

Encerrado, a punto de nacer, en el centro de una nuez, el diablo me espera.

S

lunes, 14 de abril de 2008

Ceniza


no es humo
es la tarde que se ahoga en su ahora
es el hueco del ahora porfiado
el ahora maquillado de tiempo
el momento insistente de su ser
no es humo es el polvo
polvo de cenizas y viento
mar de algas grises y estanques
no es humo es polvo
tijeras manchadas de uñas frías
esmalte rojo despintado
pieles estrechas sin pieles,
pieles frías
sin rigores,
sin cadáveres

no es humo son cenizas
lágrimas de mares resecos
gotas de regadera de plástico
abridores de canteros blancos
no es humo son cenizas
no es el llanto ni la arena
no es el frío o el insomnio

no es humo son cenizas
cenizas de nubes de domingo
cenizas de tardes sin viento
vientos de silencios sin sordera
ceguera de ojos de cartón

cenizas sin humo

fuego sin cenizas

la urna se ha partido
.
S

miércoles, 9 de abril de 2008

Cuerpos acuchillados, cuerpos desobedientes… (Apología del travestismo)

El cuerpo se ha servido. Sean ustedes invitados a estirar la piel, a cortar las fibras y los tendones, a masticar los pelos y pincharnos los ojos. Pinten nuestras bocas de carmesí, píntenlas con púrpura podrido, pinten y desháganlas de flores de gladiolos y azucenas y casuarinas. Muerdan nuestros pezones con furia y chorreen de sus dientes la sangre roja de rouge (en nuestros cuellos cuelga un collar de semillas de sandías y polvo de aserrín). Bailen empapados de nuestros sudores, hiedan el aliento de nuestros días, pasen su lengua por la tapa del inodoro y acuchillen este cuerpo separado, este cuerpo herido de su propia existencia. Una foto nada más, separada en el abismo inconsciente de los sin cuerpo, de los sin alma que dejaron gotear los días, que dejaron pasar la noche y pusieron el destello de la luna en el reflejo de la impresión en papel brillo. ¿Diría alguna de las cochinas, diría alguno de los puercos, por la noche, cuando masticaban el papel de estaño vacío de chocolate, cuando lamían las bolsas de con restos salados de grasas en el paquete de papas fritas, sabía alguno de sus redondos cuerpos cuando se chocaban ansiosos con las paredes que el tiempo habría de dejar como un espejo de su travestismo? ¿sintieron vergüenza sus pezuñas? Es una foto nada más, es un vestido en mi cuerpo peludo mamá, es la línea de lápiz labial hasta las orejas, es la nuez de adán tapadas de base tornasoleado, papá, es una foto nada más, una inocente travesti que coquetea con el espejo. ¿Sintieron los cuchillos con cada flashazo?, ¿supieron lo que hacían? No. Ni ellas ni yo sabíamos que hacíamos y no querríamos hacernos cargo del niño; ¿pero de qué estoy hablando si somos estériles como el papel? Ahí nomás se revela nuestro travestismo inevitable, nuestra inocencia terrible, desgarrada por el tiempo que separó el obturador de la impresión, con la tela blanca de la primera comunión manchada, ¿qué nos separa de la tarde perfumada, las camisas y los collares que mastican carteles luminosos en las veredas? Tal vez un cuchillo, tal vez pararnos frente a las fotos con la hoja plateada en la mano, con el ímpetu de atravesar el papel, de desarmar nuestros labios pintados, nuestro perfil de tres cuartos, los remedos desposeídos de nuestra piel marchita en el recuerdo de un imaginario ensamblado con hollín. Son fotos nada más, fotos de nuestros despechos, instantes de nuestras desquicias, nena, estúpido mohicano, encaprichado imbécil, intentaremos olvidar la vergüenza de nuestra desobediencia, desconoceremos los juicios de nuestros desnudos disfrazados .

Dibújenlas con lo que quieran, hagan bigotes y anteojos y rómpalas con sus dedos; pero no las quemen, no las olviden, no las dejen de desear. Estas son nuestras fotos, estos son nuestros vestidos en nuestro cuero de cerdo, estas son nuestras pezuñas que aguardan con el cuchillo; bendita sea, pues, piel de mis ojos y conciencia de mi conciencia, sin tiempo, sin espejo en el mejor de los casos y con mucha pintura.

S

domingo, 6 de abril de 2008

Sensaciones


Absorta, perdida en el abismo de una ficción momentánea,
quedé inmiscuida en esa fantasía que se mostraba opaca,
me alejaba en una distracción, consuelo al fin para la sarta de incertezas que no dejaban de perturbarme.
No me libraría de ellas, desde otro nivel reaparecerían, como un recordatorio insistente.
En ese intento de perderme en una ilusión, percibí detrás mio la parte angustiante que permanecía, retornaba deliberadamente.
A

martes, 1 de abril de 2008

Salú



Elegante señor de traje bien vestido, torso hecho violetas, tu aroma, violeta, tu cara de águila desnuda de señor con sombrero de buen amigo, basta dice el harapiento y quiere no decir nada, sus zapatos mal lustrados, su humo en la cabeza sus manos de alfil de pez de lluvia, nada hace su cuerpo pura inconsistencia y dice ahora, el gran señor del día, volved temprano, abrid las persianas y que se vea, desde lejos, siempre con su segura distancia, el mundo, aquel interesante objeto para apoyar en él la mano.
L

Sr. Celvacio de Amodea

El más hermoso
tu, alguien que se ha
ido, que se ha roto



No tengo yo que
no haya sido tu que
me deje sola



Primera persona
del singular, tomó el lápiz
comenzó a borrarla


L



lunes, 31 de marzo de 2008

Oremos



Me saqué los zapatos hace diez segundos y recién ahora siento sincero el frío del piso de azulejos. Cuento las figuras de la guarda, sigo la línea recta en la pared y clavo mis ojos en la cortina que se arruga en la izquierda. Los pies doblados, los brazos me cuelgan paralelos y suspiro sólo si siento que mi cuerpo vive. Contemplo el espacio como para dejarse funcionar sin apremios ¿Cuándo te han dicho de cómo se hace esto? Solos en un gran trono perfecto para las narraciones, pero en este ámbito todo es parte de una gran cosa que se mezcla con esa guarda y con el azul de los azulejos que me parecen fríos. Doy vuelta una hoja al libro que leo, tomo alguna nota perdida en el margen de mi cuaderno, y pienso que pensé quien no quiso ser alguna vez un cartelito de baño, pero de eso me río ahora y sé que los baños públicos nada tienen que ver con los santuarios.
Es cierto, peinados parecen feos, sólo les queda darse vuelta y dejarse mojar el cuero cabelludo con un poco de líquido, ¡y no se tomen la aspirina de las cinco!, aflojen un poco al tema de ponerse en pedo, a Rial y a la Mona Giménez. En el momento en que se cierra la puerta no se necesitan pequeñeces, todo es como el andar de una escalera mecánica, se anda sin exigencias. De ser es cómodo el asiento, y entregarse al placer de dejar lo que se ha venido armando. Entonces, les digo, la diferencia entre la cocina y el baño no es más que el trayecto y la glotonería, porque uno está lleno cuando el cuerpo se vacía y queda por todo concepto aquel producto de muestra vida y no como concepto sino como eso, cosa.
P

Balanceando los pies sobre el agua

Después de terminar de construir la chanchería en mi balcón, coloqué algo de paja en el interior y llené los comederos de metal con maíz. Los granos amarillos cayeron en el cilindro vacío y sonaron hasta llenarlo y rebalsar. Algunos de ellos rodaron por el piso y se esparcieron en todas direcciones.
Antes de salir a buscar los porcinos, me preparé una taza de café con leche y le agregué dos cucharadas de azúcar. Empapé una medialuna en el líquido y pronto se volvió más pesada, tanto, que se rompió y cayó en la taza salpicando la mesada blanca. Con la cuchara raspé el fondo buscando el pedazo de factura que se deshacía y como al final lo único que lograba era desmenuzarla más, volqué el café en la bacha con cierto disgusto, pero la compra de los porcinos me animaba.
Saqué el auto del estacionamiento. Pensé que el cuidador se había ido al baño e intenté, como quien dice, pasar desapercibido y no abonar el día, pero antes de que terminara de subir la rampa, una barra a rayas rojas me lo impidió. Consideré la opción de bajarme y abrirla a la fuerza, pero después me imaginé a mi mismo forcejeando con la barra a rayas rojas y comprendí que aquello podía parecer un robo con todas las letras.
Los diez minutos de espera detrás de la valla fueron bastante duros, tenía algo de ansiedad por llegar a Campana y comprar los chanchos. Además había quedado en pasar por lo de Felipe a eso de las 9:00.
Tomé la calle rápido y doble en la primera esquina, frené en el semáforo y me distraje con los malabaristas. Los detesto, pero no hablo de este sentimiento con nadie porque tal apreciación, en una persona como yo, puede llegar a sonar bastante incoherente, principalmente porque siempre me distraigo con ellos y les dejo unas monedas para que sobrevivan. Los malabaristas nunca me gustaron, al igual que los payasos o las bailarinas, me causan una sensación desagradable.
Cuando llegué a la casa de mi amigo él ya había bajado y me esperaba con bronca apoyado en la pared del edificio, de brazos cruzados y moviendo el pie.
Abrí la puerta y le indiqué que subiera, pero antes de subir me dijo Nicolás esto y lo otro y más acá y más allá. No le explique nada del estacionamiento porque a él no le gustan las excusas y yo quería comprar mis chanchos y charlar trivialidades por el camino.
Agarre la autopista cerca del río y puse la radio para que se calmara. Felipe saco el mate y lo preparó callado. Después me alcanzó uno y me contó algo de sus alumnos y otras cosas de electricidad de su casa que no entendí. A él le encanta arreglar enchufes y poner interruptores. Además trabaja de profesor de tecnología en un secundario de Palermo y ahora está construyendo un tren como pasatiempo.
Llegamos a Campana antes del mediodía y entramos en el criadero esquivando charcos. Cuando observé la inmundicia en la que se encontraban los animales pensé que mis chanchos serían de elite y me reí por dentro hasta que saqué afuera una carcajada sin control que desconcertó al vendedor que me explicaba algo que yo no escuché. Al rato el hombre se calló y yo señalé una pareja de cerdos que comía escondiendo la cabeza en el comedero. Felipe me susurró que esos no estaban en venta y que el vendedor ya me lo había aclarado. Yo estiré el dedo disimulando que me había equivocado y señalé los que estaban un poco más atrás.
Una vez que les ataron las patas, me di cuenta de que los animales eran un poco chicos, pero me tranquilicé pensando que en definitiva eran chanchos de departamento.
Durante el viaje discutimos el nombre de los cerdos y en ocasiones subimos el tono de voz. Felipe pensaba que había que ponerles nombre de cosas y yo decía que los nombres eran los nombres de personas, no de cosas universales, sino particulares, que no es lo mismo decir un nombre que todo el mundo sabe que es un nombre, que decir un nombre que se puede confundir con una cosa.
Paramos a comer un choripán en la costanera y nos sentamos en el barandal con los pies colgando sobre el río para terminar de discutir como se llamarían los cerdos.
La de manchitas en el lomo, con orejas grandes y pelo muy duro, se llamó Margarita, porque es una mezcla entre cosa y nombre. En un principio pensé que era poco apropiado por lo del refrán, pero no me quise seguir oponiendo porque una solución de compromiso entre cosa y nombre me pareció justa.
Al macho, a quien le compramos un collar de cuero en el camino, le pusimos Hamer porque Felipe insistió en que era un nombre. A pesar de que no me gustan los nombres extranjeros, le creí y acepté.
Apenas si pude cargar con Margarita hasta la puerta del edificio. Margarita seguía teniendo las patas atadas y movía el hocico como previniendo la catástrofe. Levanté el pie izquierdo para llegar al tercer escalón, lo apoyé con algo de inseguridad al sentir la superficie de mármol y elevé el resto del cuerpo. Uno de mis dos pies, y aunque todavía lo intento, no puedo recordar cual, resbaló algo más que lo normal arrastrando consigo al resto del cuerpo y a la chancha. Después, el otro pie perdió el apoyó por completo y prácticamente me desarme sobre los tres escalones que separan la vereda de la puerta principal. Felipe dejó a Hamer a un lado y extendió la mano para que me levantara. Margarita gritaba como si la estuvieran matando y no dejó de hacerlo aunque traté de calmarla rascándole detrás de las orejas. Parece que Hamer se asustó, porque también empezó a gritar descontroladamente. Subimos los diez pisos a grito pelado y recién se calmaron cuando cerramos la puerta del departamento.
Les desaté las patas y se pararon haciendo ruido con el hocico, y olieron el lugar y se pusieron a mirar como esperando algo. Enseguida les traje una lata con agua que tomaron desesperados enchastrandolo todo. Después comieron el maíz que hicieron crujir entre los dientes y con Felipe coincidimos en que era una escena muy linda, casi conmovedora, que el maíz amarillo les quedaba bien y que aunque le íbamos a dar de comer comida muy variada, el maíz no les iba a faltar nunca.
El vecino de arriba nos miró por la ventana con los postigos a medio abrir, y en lugar de hablarnos desde ahí, llamó por teléfono y dijo que el edificio no permitía chanchos, ni ningún otro animal que no sea perro o gato, tal vez sí un canario.
Traté de hacer caso omiso de lo que me había dicho porque pensé que su perro era mucho más molesto que los chanchos y que a nadie le gustaba que ladrara a la mitad de la noche y que dejara olor en el ascensor, pero que de todas formas lo tenía y no se lo habían prohibido.
Para las 5:00 de la tarde, cuando Felipe y yo hacíamos una pastafrola, pasó por debajo de la puerta un sobre. Era una carta de la administración que me obligaba a deshacerme de los cerdos dentro de las veinticuatro horas y que me advertía que si en ese período llegaba a haber algún daño o perjuicio, debería resarcirlo económicamente. Creo que lloré, porque Felipe, que estaba amasando y con las manos todas pegoteadas, me abrazo y me palmeo la espalda.
Tomamos mate y comimos torta junto a los chanchos que caminaban, inocentes, de acá para allá y que cada tanto hacían ruido con el hocico. Ya se habían prendido las luces en las calles y la gente miraba televisión. Lloré otro poco y Felipe también y entre una cosa y otra, llegamos a una conclusión: íbamos a donar los chanchos a un comedor infantil.
Esa noche, Margarita, Hamer, Felipe y yo, dormimos los cuatro en el balcón.
A la mañana siguiente preparé café con leche y serví medialunas, revolví mi taza con dos cucharadas de azúcar y no volqué ni una sola gota. Les atamos las patas a Margarita y a Hamer y los metimos en el auto, pero yo no los llevé porque no pude, por eso fue Felipe solo y me dijo que no me preocupara, que él lo haría. Los despedí con alegría porque pensé que era lo mejor y me acosté a dormir hasta que Felipe volvió.
Durante las dos horas y media que Felipe estuvo ausente, entre y salí de diferentes sueños sobresaltándome y despertándome en varias ocasiones. En uno de ellos estaba en el ascensor junto al perro del vecino echándole en cara lo sucio y oloroso que era su animal. El perro tenía cola de chancho, era rosada y enrulada con pelos muy cortos, parecía la de un programa infantil típico en el que aparece un cerdito alegre y rozagante. El perro movía la cola hacía un lado y hacía el otro y se mostraba contento con esa cola robada. Sentí un calor que empezó en el estómago y que terminó en los ojos, los sentía calientes, como si les salieran llamas. Me los tapé con un paño negro, di ocho vueltas sobre mis pies apretándome la nariz, frené algo mareado buscando el equilibrio y, cuando estuve listo, aclamado por un coro de niños dando indicaciones de frío o caliente, tibio, tibio, te quemaste, le arranqué la cola de chancho.
Felipe hizo sonar la llave en el picaporte y me terminó de despertar con los pasos en el piso de madera sin plastificar. Trajo masas secas y un té de manzanilla para levantarme el ánimo, pero yo no tenía ganas de comer y él se puso triste, así que mastique a la fuerza una masita de chocolate y me tomé el té con miel.
Desarmamos pieza por pieza la chanchería que habíamos construido juntos. Enrollamos el alambre, barrimos toda la paja. Quisimos conservar el comedero y discutimos si ponerlo de tacho de basura en la cocina, así nomás, tipo tacho bizarro, o si dejarlo en el living haciendo las veces de escultura estrambótica o de artesanía campestre que recupera la tradición pampeana. Para tacho era un problema porque las bolsas de residuos no le daban justo y porque si tirábamos algo muy pesado resonaba mucho y podía llegar a ser molesto. Como escultura tampoco, preferimos dejarlo tipo recordatorio en el balcón y plantarle una enredadera cerca que lo cubriera poco a poco.
Juntamos el maíz en dos bolsas de arpillera grande y decidimos deshacernos de él porque nos traía malos recuerdos. Planté algunos granos en el macetero del baño.
Fuimos hasta la costanera y tiramos las bolsas al río, nos quedamos sentados mirando como se hundían las bolsas de maíz y balanceando los pies sobre el agua.
P

viernes, 28 de marzo de 2008

Pestaña

me visto de seda, me aprieto el estómago
hago cuatro gárgaras arriba y limpio mi boca

cuadro el reloj y los números, los palos romanos,
la línea la veo delgada que avanza y rebota
estúpidos, estúpidos, la hoja el viento
la niña la veo delgada que avanza y rebota

la frente arrugada, sudaba una gota
sangre manchada en la seda
a tientas me arrastro oscuro
encuentro un rojo y me pinto los labios
hago cuatro gárgaras y limpio mi boca
me mancho de rojo, me visto de seda

estúpidos, estúpidos, la línea rebota
avanzan los números romanos

pincel espumarado y negro cono
figura pestaña piel estirada
al raro cabo cuchillo afilado
golpea madera que avanza y rebota

me desnuda la seda, levanto las manos
el viento refresca la niña, cierra mi boca
transpiración que cuelga de mis ojos
patillas pegadas al cuello la puerta cerrada
el sol rebota y refleja
estúpidos, estúpidos,
la puerta cerrada

S

martes, 25 de marzo de 2008

Barranca abajo


Barranca abajo íbamos
el pasto desflecado
en el viento, deslumbraba el reflejo
descomponía el paso los segundos,
como un sabio acongojado y perplejo
el instante seco
el segundo bruto
el momento justo
la muerte lejos,
lejos de mis jardines
lejos de mis zapatos
S

domingo, 16 de marzo de 2008

Aura

Resonaban cánticos. Parecían venir desde otro lado,
de la eternidad, quizás.
Lejanos y desconocidos.
Lo supo,
todo ahí se mantendría imperceptible y quieto.


La permanencia prevalecía
¿Qué sería de los instantes que corrompen el estado de las cosas?
Se desvanecían, desperdiciándose, haciéndose polvo.
Inmóvil, sintió en los alrededores y adentros de su ser repetirse la palabra tiempo.

A

sábado, 15 de marzo de 2008

De Noche


Dentro de las posibilidades que me dan estos tiempos ¿tiempos de qué?, me pregunto si realmente existieron todas esas cosas que nos dicen que existieron: calles de adoquines, carros, el río llegando a Libertador. Me dijeron, y particularmente ella, Tati, que sobre la lomada de Rojas (la continuación de Santa Fé) antes había una sola casita, y yo le creo, porque ella no mentía. Y parece que soy la única que sabe que ella vivió, que le decían Goya, que tenía los ojos más grandes que vi. Un vez recuerdo que dijo “Parece mentira como puedo ver la expresión exacta de mi mamá, esa mueca, el olor, la sensación”.
Escucho tango, me da melancolía de una época que no viví.
Todavía tengo insomnio. Estoy incomoda, como si me molestara vivir, no quiero pensar en mañana, pero lo hago de una forma tan continua que me da asco, porque mañana todavía no llega, y si llegará sé que voy a sufrir porque no puedo proyectarme, solo esperar.
En el insomnio se dan las cosas de una forma rara, y las recuerdo y las tiño de pegotoso pegamento. Pero si hago un esfuerzo, sé que supe ser feliz, no hace unos años, ni unos meses, sino hoy mismo, antes de esta sensación de insomnio.
Es gracioso, pero soy constante en esa sensación de tener que estar durmiendo y sentir que estoy despierta y de querer dormir para despertar cuando corresponde.
Hay algo en esa película.... yo lo sé, me dio directo en el centro del aliento. Si pudiera desarrollar el tema de la honestidad. ¿Cuánta? ¿Qué? Creo que hay una escena, una imagen.... una nena mirando por la ventana cosas que no puede entender.
Gracias a algo, hace un mes, más o menos, pasé unos días en el sur, y encontré, durante las últimas horas, una especie de cuadritos indígenas que me entendieron a mi, y eso se lo agradezco a los indígenas de hace más de quinientos años, entenderme y expresarme.


P